Cuando grandes masas ciudadanas se rebelaron
contra las dictaduras latinoamericanas (Pinochet en Chile, Videla en Argentina,
Somoza en Nicaragua, Stroessner en Paraguay, Banzer en Bolivia, etc.), los
analistas políticos se preguntaban cómo eran posibles semejantes levantamientos,
tan arriesgados y con tan pocos medios.
Entre las respuestas había una de gran
sentido común, era un dilema muy repetido:
“¿Qué más les da morir de un tiro en una
semana, o morir de hambre en un mes?”.
Actualmente el dilema se repite con las personas refugiadas: Se ven obligadas a optar
entre morir bajo las bombas y el hambre en su tierra, o ser maltratadas y
ninguneadas en Occidente, si no pierden la vida por el camino. Es la libertad
de los pobres, libertad para morir.
Ahora quieren
meternos a la zona de Cádiz en otro inquietante dilema: ACEPTAR una carga de trabajo para
construir cinco corbetas en nuestros astilleros que supone empleo para 10.000
trabajadores durante cinco años, o RECHAZAR el encargo porque se trata de
material militar para Arabia Saudí, un
país que viola los derechos
humanos y financia a grupos terroristas.
ES CIERTO que Arabia Saudí y Qatar apoyan
y financian a grupos terroristas yihadistas. Es cierto que en Arabia Saudí y
Qatar se vulneran sistemáticamente los derechos humanos. Es cierto que el
Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas de la ONU en vigor prohibiría
la venta de armas a estos países (otro Tratado de papel).
Como también es cierto que nuestra Monarquía
y el Gobierno español han mantenido y mantienen unas relaciones amistosas con
Arabia Saudí y que, hace tan solo ocho meses, volvieron a visitarles, en
compañía de treinta grandes empresarios para hacer negocios. Y es cierto que España
se ha convertido en el tercer exportador de armas a Arabia Saudí. Y es cierto
que 312 contenedores de “explosivos” salieron del puerto de Bilbao hacia Arabia
Saudí en los últimos meses… Y NADIE PLANTEÓ EL PRINCIPIO ÉTICO de que “el fin no justifica los medios”. Y, si
alguien lo recuerda en una manifestación popular (26/agosto, Barcelona), es “gente maleducada” (Albert Rivera) cuyas “afrentas no escuchamos” (Mariano Rajoy).
Pero ¿por
qué sólo a Cádiz, LA PROVINCIA CON MÁS PARO Y POBREZA de España, la ponen
en un brete por la posible contratación de cinco corbetas en sus astilleros?
¿Por qué no se ha planteado el dilema por las exportaciones de armas desde el
País Vasco, la zona más rica de España? ¿Por qué no se han cuestionado las
políticas económicas y sociales que tienen marginada a nuestra provincia? ¿Por
qué no se ha cuestionado la “profunda y duradera amistad” de Felipe VI con la
monarquía saudita y, sobre todo, la de su padre Juan Carlos I, al que llaman
“su hermano” y, entre otras cosas, le regalaron el yate Fortuna? ¿Por qué no se han discutido en la ONU los
incumplimientos del Tratado del Comercio de Armas? ¿Por qué no se han objetado
las grandes inversiones, incluidas inmobiliarias, de Qatar en la ciudad de
Barcelona, donde hasta hace poco ha sido también el mayor promotor del Fútbol
Club Barcelona?
En la provincia de Cádiz no estamos para dilemas. Ni estamos para
que ahora, aprovechando el río revuelto, vengan los buitres politiqueros a
sacar provecho. Hace tres días decía el delegado del Gobierno, Antonio Sanz, que
‘hay que garantizar el futuro de
Navantia… Espero no escuchar muchas voces en contra, porque sería alejarse de
los intereses de lo que representa para la provincia el futuro de Navantia’.
¡Por favor!, ¿Se imagina el Sr. Sanz cuántos astilleros podrían haberse
garantizado con los miles de millones ‘perdidos’ por la corrupción de su
partido (PP)?
También el Sr. Peralta, del Comité de Empresa
de Navantia, se mostró dispuesto a echar leña al fuego y a jugar a los dilemas.
No se equivoque. Ojalá Navantia tuviera siempre carga de trabajo con barcos
mercantes y de transporte, ojalá nunca llegaran contratos de armamento para
ningún país, pero aquí llega todo decidido y asignado desde las altas
instancias, y la única evidencia es que esta provincia necesita prioritariamente
trabajo. No hay mucho espacio para las disyuntivas.
Es muy duro, en un
sistema neoliberal globalizado, plantear dilemas éticos a un pueblo que lleva tantos
años pordioseando puestos de trabajo y que, encima, no tiene el poder de
decisión. Es como
enfrentar necesidades contra derechos, fines contra fines, necesidades
ciudadanas contra intereses gubernamentales. Además de complicado, puede
llegar a ser un dilema falaz.
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