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lunes, 28 de agosto de 2017

En Cádiz no estamos para dilemas

Cuando grandes masas ciudadanas se rebelaron contra las dictaduras latinoamericanas (Pinochet en Chile, Videla en Argentina, Somoza en Nicaragua, Stroessner en Paraguay, Banzer en Bolivia, etc.), los analistas políticos se preguntaban cómo eran posibles semejantes levantamientos, tan arriesgados y con tan pocos medios.
Entre las respuestas había una de gran sentido común, era un dilema muy repetido: “¿Qué más les da morir de un tiro en una semana, o morir de hambre en un mes?”
Actualmente el dilema se repite con las personas refugiadas: Se ven obligadas a optar entre morir bajo las bombas y el hambre en su tierra, o ser maltratadas y ninguneadas en Occidente, si no pierden la vida por el camino. Es la libertad de los pobres, libertad para morir.

Ahora quieren meternos a la zona de Cádiz en otro inquietante dilema: ACEPTAR una carga de trabajo para construir cinco corbetas en nuestros astilleros que supone empleo para 10.000 trabajadores durante cinco años, o RECHAZAR el encargo porque se trata de material militar para Arabia Saudí, un  país  que viola los derechos humanos y financia a grupos terroristas.

ES CIERTO que Arabia Saudí y Qatar apoyan y financian a grupos terroristas yihadistas. Es cierto que en Arabia Saudí y Qatar se vulneran sistemáticamente los derechos humanos. Es cierto que el Tratado Internacional sobre el Comercio de Armas de la ONU en vigor prohibiría la venta de armas a estos países (otro Tratado de papel).
Como también es cierto que nuestra Monarquía y el Gobierno español han mantenido y mantienen unas relaciones amistosas con Arabia Saudí y que, hace tan solo ocho meses, volvieron a visitarles, en compañía de treinta grandes empresarios para hacer negocios. Y es cierto que España se ha convertido en el tercer exportador de armas a Arabia Saudí. Y es cierto que 312 contenedores de “explosivos” salieron del puerto de Bilbao hacia Arabia Saudí en los últimos meses… Y NADIE PLANTEÓ EL PRINCIPIO ÉTICO de que “el fin no justifica los medios”. Y, si alguien lo recuerda en una manifestación popular (26/agosto, Barcelona), es “gente maleducada” (Albert Rivera) cuyas “afrentas no escuchamos” (Mariano Rajoy).

Pero ¿por qué sólo a Cádiz, LA PROVINCIA CON MÁS PARO Y POBREZA de España, la ponen en un brete por la posible contratación de cinco corbetas en sus astilleros? ¿Por qué no se ha planteado el dilema por las exportaciones de armas desde el País Vasco, la zona más rica de España? ¿Por qué no se han cuestionado las políticas económicas y sociales que tienen marginada a nuestra provincia? ¿Por qué no se ha cuestionado la “profunda y duradera amistad” de Felipe VI con la monarquía saudita y, sobre todo, la de su padre Juan Carlos I, al que llaman “su hermano” y, entre otras cosas, le regalaron el yate Fortuna?  ¿Por qué no se han discutido en la ONU los incumplimientos del Tratado del Comercio de Armas? ¿Por qué no se han objetado las grandes inversiones, incluidas inmobiliarias, de Qatar en la ciudad de Barcelona, donde hasta hace poco ha sido también el mayor promotor del Fútbol Club Barcelona?

En la provincia de Cádiz no estamos para dilemas. Ni estamos para que ahora, aprovechando el río revuelto, vengan los buitres politiqueros a sacar provecho. Hace tres días decía el delegado del Gobierno, Antonio Sanz, que ‘hay que garantizar el futuro de Navantia… Espero no escuchar muchas voces en contra, porque sería alejarse de los intereses de lo que representa para la provincia el futuro de Navantia’. ¡Por favor!, ¿Se imagina el Sr. Sanz cuántos astilleros podrían haberse garantizado con los miles de millones ‘perdidos’ por la corrupción de su partido (PP)?
También el Sr. Peralta, del Comité de Empresa de Navantia, se mostró dispuesto a echar leña al fuego y a jugar a los dilemas. No se equivoque. Ojalá Navantia tuviera siempre carga de trabajo con barcos mercantes y de transporte, ojalá nunca llegaran contratos de armamento para ningún país, pero aquí llega todo decidido y asignado desde las altas instancias, y la única evidencia es que esta provincia necesita prioritariamente trabajo. No hay mucho espacio para las disyuntivas.
Es muy duro, en un sistema neoliberal globalizado, plantear dilemas éticos a un pueblo que lleva tantos años pordioseando puestos de trabajo y que, encima, no tiene el poder de decisión. Es como enfrentar necesidades contra derechos, fines contra fines, necesidades ciudadanas contra intereses gubernamentales. Además de complicado,  puede llegar a ser un dilema falaz.



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